Drusila pinta y dibuja con dagas y con caricias, sin vértigo, encarnizadamente, riéndose a carcajadas de lo que encuentra en la maraña del bosque. Es difícil seguirla; para eso necesitamos la brújula de un código de símbolos aprendido con paciencia y prudencia.

El arte es materia inconsciente que los artistas pescan y suben a la superficie sin censura pero transfigurada. Drusila es diferente, ella suelta amarras y se precipita en vuelo libre, impávida, con ansia de descubrir lo que el ancho espacio depare.

No voy a hacer el ditirambo usual de los críticos amigos, que tiene un solo destinatario obvio. Porque Drusila no lo necesita. Le basta contar con las miradas que la Red aquí propicia, que se enganchan solas. Lo que sí quiero agregar aquí son notas puntuales, y laboriosas, sobre un símbolo.

Cruz

En la página surge la de Santiago y muestra desde el inicio la libertad del genio. ¿Una cruz al revés que se endereza? Donde el pacato cree ver satanismo lo que hay es una asombrosa lectura directa del símbolo en su valor original, que los siglos sepultaron bajo el polvo. Veamos unos hitos algo oscuros para entenderlo.

1) La cruz es símbolo cristiano tardío. No es la doctrina de su maestro; tiene que ver con el inconsciente de los pueblos que la recibieron y la adaptaron a un sistema más hondo, preexistente, que intentaba subsistir.

2) Y las lenguas tienen un inconsciente y son la psique de sus sociedades. Diccionario y gramática son como la conciencia, pero afuera de ella hay un vasto inconsciente, en las estructuras sintácticas profundas (Chomsky) y en los mitos de los que hablan lenguas del mismo tronco, cambiados al pasar a otras familias lingüísticas (Dumézil).

3) Los paganos indoeuropeos dividían todo en tres: cosmos, sociedad, dioses. El tres era su número sagrado. Ahora bien, en todas las culturas los números pares son femeninos, masculinos los impares. Un número masculino en un símbolo sagrado (= proyección de arquetipos vivos) nota un inconsciente de signo masculino propio de una conciencia femenina. Junguianamente, el animus que corresponde al yo de una mujer.

4) Las sociedades de lenguas indoeuropeas, contra la apariencia, tienen una conciencia colectiva femenina. La contraprueba es la tradición bíblica de los patriarcas, producida en otra familia lingüística. Ahí los símbolos caracterizan al inconsciente de pueblos claramente patrotrópicos (mejor que patriarcales). Israel tardó siglos en proyectar símbolos unívocos; al final, la estrella de David vino a ser la cifra más frecuente: número par, 6 puntas, femenino, atenuado por combinar dos triángulos, de signo masculino.

5) La tradición bíblica, al traducirse a lenguas indoeuropeas, primero adoptó la forma de cruz griega, 4 brazos iguales, número femenino de un anima (imagen de un inconsciente femenino) correspondiente a una conciencia masculina. Es decir, hay dominio de la tradición religiosa bíblica sobre lo arquetípico lingüístico, que en el griego era de conciencia femenina.

6) En el mundo islámico, la tradición hebrea se tradujo a otra lengua semítica, el árabe. Siglos después del profeta, la media luna vino a ser el símbolo pacífico del Islam, con dos puntas, número femenino en un símbolo religioso, por tanto de una conciencia masculina. Parece que aquí todo está en orden.

7) En Europa occidental el símbolo se revolvía incómodo, entre lenguas de signo inconciliable, sin acabar de conformar. Al final de un largo recorrido –que pasa por el ensayo de la T de tres brazos iguales de S. Francisco de Asís (que renace en Charing Tau de Un Mundo Feliz de Aldous Huxley, que reemplaza a Charing Cross)– se estabilizó en un símbolo de tres brazos iguales y uno diferente.
8) Pisamos terreno oscuro, pero hay que seguir. El espacio de los arquetipos del inconsciente colectivo que, aunque inconscientes, han tenido proyecciones objetivadas en el folklore y en el mito: “no hay dos sin tres” o “los tres contienen un cuarto oculto”. Fácil es dar explicaciones racionales o multiplicar las lecturas, todas congruentes, pero esas explicaciones y lecturas no agotan la potencia cristalizadora de los arquetipos.

9) El imaginario, más o menos consciente de la cruz, ve hoy ahí una cifra del ser humano con los brazos abiertos, con el trasfondo del sentido trágico de la vida que va implícito en la noción de haber sido instrumento de ejecución y tormento.

de Santiago

Las órdenes de caballería, desde los templarios, arrastran algo de la ideología indoeuropea que destapó Dumézil: la alianza de la 1ª función (letrados y sacerdotes) con la 2ª función (guerreros). Se excluye la masa de población, que produce la riqueza, la 3ª función.

Denostadas y utilizadas, fueron objeto de desconfianza. A los templarios se les vió la raíz pagana, que la tenía, pero para apropiarse de su codiciada riqueza acumulada. La hispana de Santiago exacerbó o explicitó en su símbolo aquella dualidad: tres lirios puros, una espada sangrienta.

Drusila

Todas las lecturas viven Drusila, pero en mi opinión lo que domina es la capacidad de pensar simultáneamente en dos sentidos opuestos, el manejo fluido de la paradoja como instrumento para la búsqueda del sentido profundo. Esta capacidad, más propia de las mujeres que de los varones, da cuenta del equilibrio en la adversidad, la resistencia bajo el dominio, la hechicería como sabiduría clandestina, todas notas del género.

Pero Drusila les añade el desgarro y el desenfado, el arrojo del paracaidista, la osadía, que no aparecían en la superficie del estereotipo femenino. Aquí me paro, que si no lo hago, esto ya va a parecer lisonja, y ella no lo necesita. Estas deshilachadas y oscuras consideraciones tienen la obligación de continuar, al hilo de sua concreta obra publicada.

Continuará.

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