Un lobo se mira en un espejo de agua sólida que le devuelve la imagen de un humano. La imagen cuenta de golpe lo que mil palabras no llegan a desarrollar en la cadena del habla. Drusila lo pintó a partir de un segundo de visión; nosotros vamos por partes, por las partes de los símbolos.
Las partes son el lobo, el perro, el hombre, carneros, chivos, el agua, el agua negra y el espejo, Dublin… Los eslabones pueden multiplicarse indefinidamente y hay que limitarse.
Lobo y perro:
En el fondo de las lenguas indoeuropeas, lobo y perro es uno, como en la prehistoria. El perro fue el primer domesticado, un lobo aliado de los humanos. Al menos el sapiens sapiensis ya lo tenía 33.000 años atrás. Al domesticarse la unidad se polarizó. El lobo, pariente salvaje, fue el polo dionisíaco, y el perro, doméstico y fiel, fue lo apolíneo, en el simbolismo del servicio de la fuerza, de la violencia. En el paganismo céltico y germánico, los dos, perro-lobo, dan la idea del guerrero, son la metáfora del que en la guerra se vuelve una fiera legitimada, conforme los nombres Lopo y Wolf. El más arcaico de los héroes indoeuropeos es el céltico Cú Chulainn. El nombre significa el “Perro de Culann”, hoy ofensivo, antes no.
El guerrero antiguo subrayaba ese carácter de fiera. Para entrar en combate, tomaba el jugo de la amanita muscaria, “que enrojece la cara, produce frenesí y vigor tremendos, com vehemente necesidad de matar e arrebatador deseo sexual” (R. Graves). Eso empezó a cambiar despacio recién con la vuelta de tuerca que Roma trajo al crear el derecho moderno, el público y el privado. Con el derecho público trajo la disciplina al ejército de los ciudadanos, no por moral (en la lucha la violencia sigue), sino por eficacia militar: para ganar la victoria hay que pagar el precio de la estrategia. Pese a la atenuación, en lo hondo las lenguas indo-europeas siguen abrigando arquetipos arcaicos; de ellos la leyenda del lobisón, de origen gallegoportugués, es un paradigma. En Argentina es el séptimo hijo varón, a quien la tradición popular atribuye la facultad de volverse bestia salvaje durante las noches de luna llena. Lobisón es el portugués lobisomem, deducido del plural lobisomens (s. XVI), resultado de la frase lobos e homens, repetida y en cierto momento malen-tendida. Era la pagana tropa de los guerreros de la atmósfera, demonificada en el cristianismo, es la Santa Compaña o Hueste Atea del folklore. Al hacerse singular, se confundió con la tradición del licántropo, hombre-lobo que anda y actúa solo.
La herencia bíblica del cristianismo injertó notas diferentes en estos símbolos. En las lenguas semíticas, el lobo estaba casi olvidado y su pariente domesticado fue perdiendo respeto. Lobo y perro siempre fueron relacionados con el mundo de los muertos, a los que se cree que ven y anuncian. He ahí Anubis. Al faltar el temor que el lobo inspira, la estima del perro fue bajando en el cercano oriente, hasta llegar, en el Islam, a ser un animal impuro.
Cabrito y cordero:
En Europa, tras el injerto bíblico, hubo inestabilidad, visible al comparar lobo y perro con otra pareja, la del cabrito y el cordero. Veamos: La oveja doméstica surgió más tarde, en el neolítico (hace 10.000 años) y sólo hace unos dos mil años apareció por selección la oveja moderna de lana blanca. El origen relativamente reciente aún puede verse en el muflón, que, casi igual al prototipo, subsiste en el Mediterraneo. Entre muflón y macho cabrío la distancia neta es bastante reciente. ¿Cuáles son los valores simbólicos del cabrito-macho cabrío y del cordero-carnero? En todas partes representaban las fuerzas creadoras, iniciadoras, de la naturaleza, con notas genesíacas masculinas. Aries es el carnero, que inicia el año, y el ariete que arremete y abre puertas cerradas. En el orbe europeo es propio del dios de los inicios, llamado Janus, Heimdallr o Esus-Ogmios. En el orbe semítico, donde la oveja moderna fue domesticada, la índole más salvaje del caprino pronto generó la oposición que vemos consumada em Mateo 25, 32-33: “como el pastor separa las ovejas de los cabritos, (el Hijo del Hombre en el Juicio Final) pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda”. Hay cabritos condenados y corderos salvados.
En el fondo de las lenguas indoeuropeas, la pareja lobo-perro, símbolo del servicio de la fuerza, tiene por término más valioso el polo primitivo, el lobo. La pareja importada, cordero-cabrito, al cabo de tipo ético, hoy exalta al revés el término evolucionado o civilizado, el cordero.
El agua negra:
En muchas culturas el agua era uno de los cuatro elementos de la naturaleza, de condición femenina junto con la tierra. Nos interesa el calificativo de negra que tenía entre los celtas. Siempre negra: “arroyo” en céltico era dubron, neutro sacado de dubus, -u “negro”. Dublin en gaélico es dubh linn “laguna negra”, el título que Drusila le puso al dibujo del lobo espejado. La Laguna Negra es el escenario real, en Soria, de la leyenda de Alvargonzález de Antonio Machado, nombre que traduce aquel sintagma céltico, un tópico en la epopeya irlandesa. Destaco que lo mismo hubo en la Roma primitiva, aunque después se olvidó. Ernout-Meillet, grandes historiadores del latín, se quedan perplejos ante la etimología de aquilus “negro, pardo oscuro” (de donde aquila, el nombre de la reina de las aves) de los gramáticos latinos, que lo relacionaban con aqua “agua”. Los lingüistas se preguntaban que tenía que ver una cosa con la otra.
¿Qué es esa negritud? Negro es ahí “opaco, que no deja ver con claridad”. Las aguas eran negras porque, al ser algo traslúcidas, insinuan otra dimensión, pero el otro mundo rápidamente se vuelve oscuro, se lo ve y no se lo ve. Apenas insinuado, se vuelve un misterio. La otra dimensión tenía otras insinuaciones: el cotidiano ejemplo del sol, al describir un ciclo eterno de vida, muerte y resurrección, con la mitad diurna visible y la otra oculta, cierta e invisible.
El espejo:
El misterio del Otro Mundo para los antiguos era especular, un espejo que en su luna reflejaba el mundo de acá, como en Alicia a través del espejo. Las aguas eran y son también un espejo, el más viejo que el ser humano conoció, el de Narciso. El espejo muestra figuras que se parecen a las reales. De hecho se alimenta con las de los sueños, con sus infinitos laberintos, a su vez éstas hechas de retazos del mundo diurno. Binariedad, espejos y eterno retorno traspasan toda la literatura escrita y mítica de los irlandeses, los que mejor guardaron la memoria de ese pasado de toda la Europa occidental. ¿Un Narciso? Es idea espontánea y la sostiene la ilusión cotidiana del perro que se cree hermano menor del amo. Pero no me parece que esta anacrónica mirada nos brinde la mejor, más integrada, interpretación de la visión de Drusila.
Homo homini lupus “el hombre es un lobo para el hombre” decía Plauto y repetía Hobbes. Es una verdad imprescindible, pero al fin y al cabo parcial como cualquier corte que el ser humano hace en la realidad. También es cierto que hasta el lobo es un sujeto de amor para sus crias, para el superior de la manada o para quien el instinto le ordene que debe respetar, como se ha verificado muchas veces en conmovedores ejemplos de devoción ciega. ¿Qué quiero decir? No estoy intentando calmar las inquietudes que levanta la búsqueda generosa de la verdad, sino más bien restablecer el equilibrio de la naturaleza. Es la búsqueda de Jung para conciliar los opuestos, para lograr la coincidentia oppositorum, la resolución psicológica del problema del mal. De nuevo salta aquí la capacidad de la artista para pensar a la vez en sentidos opuestos. Creo que éste es el contenido más profundo de la obra que contemplamos.
Aquí no hay lugar para maniqueísmos. En la realidad no hay un mal absoluto abstracto; nada hay que sea absolutamente malo, siempre contiene una sombra de bien. A la vez, en el mundo real no hay nada bueno que no contenga una sombra de mal, una potencia de destrucción. Esta metafísica nada tiene que ver con la ética. El ser humano es un (micro)cosmos vertiginoso en el que caben las construcciones más inimagi-nables. El limite es la imaginación y lo que define el destino de cada uno es el rumbo optado. Sea con el libre albedrío o con la libertad de Sartre, lo cierto es que somos los responsables de nuestro destino.
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